CENICIENTA A LOS 75 AÑOS 

Cenicienta tenía ahora 75 años. Después de toda una vida plena con el ahora fallecido Príncipe, felizmente se sentaba en su mecedora, viendo pasar el mundo desde su terraza, con su gato Roberto como compañía. Una tarde soleada, apareció la Hada Madrina. Cenicienta dijo:
- "Hada Madrina, ¿qué estás haciendo aquí después de todos estos años?"
El Hada Madrina respondió:
- "Bueno, Cenicienta, como has vivido una vida buena y sana desde que nos conocimos, he decidido concederte tres deseos, ¿hay algo que tu corazón todavía anhela?

Cenicienta estaba encantada, y después unos momentos, casi en voz baja, pronunció su primer deseo:

- "Desearía ser rica y tener más posesiones."

Al instante, su mecedora se convirtió en oro sólido. Cenicienta estaba aturdida. Roberto, su viejo gato fiel, saltó de su regazo y corrió al borde del porche, temblando de miedo.

Cenicienta dijo:
- "¡Oh, gracias, Hada Madrina!"

El Hada Madrina respondió:
- "Es lo menos que puedo hacer ¿Qué desea tu corazón como segundo deseo?"

Cenicienta miró su frágil cuerpo y dijo:
- "Me gustaría ser joven y llena de la belleza juvenil otra vez."

Al instante, su deseo se hizo realidad y su hermoso rostro juvenil regresó. Cenicienta sintió movimientos dentro de ella que habían estado latentes durante años. Y el vigor y la vitalidad largamente olvidados comenzaron a recorrer su alma.

Entonces el Hada Madrina volvió a hablar:
- "Tienes un deseo más, ¿qué vas a desear?"

Cenicienta miró al gato atemorizado que había en la esquina y dijo:
- "Quiero que transformes a Roberto, mi viejo gato, en un hermoso y apuesto joven".

Roberto repentinamente experimentó un cambio fundamental en su composición biológica y se convirtió en el chico más hermoso que Cenicienta jamás hubiese visto.

El Hada Madrina volvió a hablar:

- "Felicidades, Cenicienta, ¡disfruta tu nueva vida!
Y con un resplandor de luz azul brillante se fue. Durante unos instantes, Roberto y Cenicienta se miraron a los ojos. Cenicienta se sentó, sin aliento, mirando al chico más increíblemente perfecto que había visto.

Entonces Roberto se acercó a Cenicienta, que estaba sentada en su mecedora y la abrazó con sus brazos fuertes y jóvenes. Se apoyó en su oído, susurró, soplando su pelo dorado con su cálido aliento:

- "Apuesto a que te arrepientes de haberme castrado ahora, ¿verdad?"

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